Claves para evolucionar hacia un turismo regenerativo

Lo sabemos: el modelo actual de turismo es insostenible. Los viajes ya representan una de las mayores fuentes de emisiones mundiales de CO2 causadas por el ser humano –el 8,8% del total, según la Organización Mundial de Turismo– y seguirán creciendo en esta década más de un 69%, frente a la contención esperada en otros sectores.

Por Rafael Cobo, consultor sénior en Impact Hub Madrid

La actividad turística degenera zonas naturales protegidas, poblaciones y economías, confundiendo “mercado” y “vida”. El turismo ha roto el verdadero regalo de lugares agraciados por su belleza o cultura que sus gentes, desde su verdadera esencia y unicidad, debieran haber dado a la vida. Pero la vitalidad, viabilidad y desarrollo de un lugar no se mide con un “Índice de Felicidad Interior Bruta”, sino con el PIB.

Ante esta realidad que se impone, en los últimos tiempos se ha empezado a hablar con fuerza del turismo regenerativo. Pero, ¿en qué consiste realmente? El diseño y las culturas regenerativas son aquellas que nos ayudan a ampliar el muy limitado modelo de pensar y actuar que hemos heredado de los últimos 400 años de una visión mecanicista del mundo: fragmentación en partes, abstracto, lineal –de resultados predecibles–, extractivo, que está detrás de los problemas actuales. Desde lo regenerativo avanzamos hacia una forma de pensar y actuar más cercana a la realidad, donde vemos resultados emergentes derivados de la complejidad de los sistemas vivos, anidados unos en otros en una relación mutua en constante evolución (degenerativa o regenerativa, en función de que puedan manifestarse los principios rectores característicos de los sistemas vivos).

¿Qué podemos hacer para dar un paso más en la sostenibilidad del turismo y avanzar hacia un turismo regenerativo?

Ser conscientes del impacto negativo

El paso previo es dejar de simplemente “operar” (extrayendo los recursos necesarios que esto requiere sin más) y ampliar nuestra visión para empezar a atender el impacto negativo de la actividad turística. Los impactos pueden ser directos, como la contaminación de un viaje en avión o de un crucero, uso de plásticos, etc.; o inducidos: un complejo hotelero puede hacer un gran esfuerzo por obtener la máxima calificación en eficiencia energética, y aún así su actividad puede resultar altamente degenerativa para la comunidad local (por ejemplo, a través de la subida de precios en la zona). Hace falta por tanto un enfoque sistémico que atienda a los ciclos de retroalimentación de los distintos capitales de esa área geográfica: social, cultural, natural, económico, etc.

Buscar el impacto positivo

Posidonia en Ibiza. Foto: Fundación Blue Life Ibiza

Esto nos lleva a un segundo estadío en el que, además de operar desde esta consciencia de impacto, que obtenemos a partir de modelos de medición, nos esforzamos en crear un impacto neto positivo a través de un trabajo restaurativo. En este nuevo giro se trata de “dejar las cosas mejor que las encontramos”, algo que a cualquier actor de esta industria debería interesarle a largo plazo. Así, por ejemplo, la actividad turística de un lugar puede intentar no estropear el entorno o puede dar un paso más cuidando, regenerando la posidonia del lugar y con ello transformando el entorno, a nosotros mismos y a esa vida que habita en él.

Con todo, este segundo paso se mueve normalmente en el mismo paradigma lineal y de intervención de fuera a dentro, con una gestión de proyectos que además es muy exigente en recursos.

El enfoque regenerativo

Entramos realmente en un enfoque regenerativo cuando el trabajo aborda la totalidad del sistema vivo: el municipio donde se establecerá un nuevo resort, la ciudad a la que llegan tres cruceros al día, un pequeño pueblo que crece exponencialmente en verano…

Un sistema vivo, y cualquier sistema humano lo es, encuentra su vitalidad, viabilidad y desarrollo desde dentro y en relación con el sistema más amplio en el que anida: una bahía, un valle, una comarca, una biorregión… También conecta con un sistema cultural, generacional… De ahí que las preguntas que deberíamos hacernos ante una realidad concreta son: ¿Qué sistema hay aquí? ¿En qué se debe convertir este sistema y qué responsabilidades debe asumir este proyecto para ser vital, viable? En regenerativo, el enfoque no lo ponemos en el problema, que es generalmente un síntoma de desvitalización o de deriva degenerativa, sino en el potencial latente a vitalizar.

Por ello, el enfoque regenerativo es esencialmente social, pues pone a todo un sistema a reencontrarse y celebrar su esencia olvidada y potencialidad futura. Es toda una aldea la que crea un nuevo resort turístico en el que la propia aldea y el sistema natural en que anida deciden evolucionar en mutualidad. No es un enfoque transaccional o negociado, es una vocación compartida. Y esto lógicamente aplica a todo, no sólo al turismo, pues todos deseamos esta vitalidad perdida. Con esta idea se está desarrollando en Europa toda una nueva conceptualización de los lugares en los que queremos vivir, que en España se está materializando en proyectos como RegenEraLocal.

Una de las personas pioneras en el diseño de los sistemas vivos es Carol Sanford, que lleva más de 40 años trabajando con grandes organizaciones como Google o Procter & Gamble. Cuando seguimos los principios que propone Sanford –trabajar desde la esencia, desde el potencial, desde la totalidad y los nodos del sistema– conseguimos mucho más que proyectos sostenibles: estamos ayudando a la vitalización de las organizaciones implicadas, de los territorios que serán anfitriones, de los visitantes. Entramos en ciclos regenerativos y en círculos virtuosos.

Como hemos visto, no se trata solo de una cuestión sectorial, sino de una evolución en la forma de pensar y trabajar que posiblemente marcará el siglo XXI. Trabajar desde los marcos fragmentados y abstractos del siglo XX nos ha servido para alcanzar maestría para un mundo de máquinas: coches, inteligencia artificial… Pero no es suficiente para manejar la complejidad humana, la de los sistemas vivos que somos, las organizaciones, las ciudades, las biorregiones, ni nuestra relación con los lugares. Necesitamos evolucionar en nuestro “sistema operativo” para diseñar, cuidar o simplemente visitar de forma consciente los lugares vitales y viables que deseamos. Y la buena noticia es que este “sistema operativo” lo llevamos de serie, somos sistemas vivos, sólo hay que recuperarlo.

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